Un ligero murmullo
acompaña a los badajos,
oradores tristes que no saben
por quién llorarán mañana.
Todo el mundo escudriña las esquinas
con ese temor primitivo que nos invade
cuando el cáncer ha venido de visita
y se asegura estancia, desalojando una cama ajena.
Algunos se apresuran
a cerrar estaciones y autopistas
por temor a la llegada
de otras enfermedades extranjeras,
posiblemente, demasiado conocidas.
Esconden a sus primogénitos
y marcan sus dinteles con sangre de cordero.
¿Y quién se olvidó de los dinteles
durante cuatro años?
A los que no tenemos dioses,
ni rezos, ni dogmas de fe
sólo nos queda confiar en que Herodes
viva demasiado lejos.
Jose A. Barros
La casa del rio susurrante 3 FINAL
Hace 2 horas
1 comentario:
Me encanta, la última estrofa es una pasada, mi admiración por tu versar. Un abrazo.
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