viernes, 5 de agosto de 2022

De pronto...

De pronto
tintes granas en el cielo, 
temblores, tronada lejana, 
tres, dos, uno. 
Y no es la cuenta atrás 
pero tres, dos, uno. 
Matar, morir, matar, 
las paredes sangran, enferman. 
Cuarenta y dos grados, 
los exorcistas se han quedado sin agua bendita 
y la hora de las bestias no siempre es puntual, 
pero tres, dos, uno. 
Y no es la cuenta atrás. 
Los cristales rezuman lodo, 
las paredes contagian su dolor 
y el cuarto duele, 
sangra por los rincones. 
Cicatrices alrededor del puñal, 
la carne cristaliza, 
se quiebra, 
se pudre a solas. 
Cuarenta y dos grados 
y la habitación sigue enferma de bisagras oxidadas, 
de puertas a la soledad 
que se ha quedado sin dientes. 
Tres, dos, uno. 
Y no es la cuenta atrás, 
pero tres, dos, uno. 
Matar, morir, morir, llorar, callarse. 
Casquillos de calibre doce, 
galletas de mantequilla, 
cuarenta y dos grados. 
Las ventanas rezuman mercurio, 
las polillas duermen. 
El cuarto duele, 
reza indefinidamente 
y padece enfermedades sin nombre. 
Matar, matar, matar. 
Tres, dos, uno. 
Y no es la cuenta atrás. 
Pero tres, dos, uno. 
Cuarenta y dos grados, ansiolíticos, 
cuchillas de afeitar. 
La bañera llena, vacía, sucia. 
Voces en off, dulce letanía. 
Tres, dos, uno.

Jose A. Barros

miércoles, 28 de junio de 2017

Bsjo el suelo hay una bestia...

Bajo el suelo hay una bestia
que sacude las raíces de la tierra
reclamando sus cachorros
porque se me han enquistado dentro.

Gruñe bajo las baldosas
agrietando las aceras,
agita los campos,
siembra en ellos terremotos y se enciende
con el Sol anaranjado del ocaso.

Tiene dolor de nodriza
cuando observa su nido vacío
y se lamenta en las noches,
a las que roba las lunas
para usar como reclamo entre la gente.

Si todo parece en calma,
se le ve resucitando los volcanes
o alimentando tornados.
Intenta recuperar a toda costa
los cachorros que se me han quedado dentro.

La poesía es así,
egoísta y agresiva.

domingo, 7 de mayo de 2017

VERSIWOOD: Un poema de madera.(Neftalí no sabía tan poco)

Mi relación con la poesía
es un poco malabar,
lanzo palabras al aire
que, a veces, dibujan bonitas figuras.
Anáforas, hipérboles, paranomasias varias...
Un hipérbaton, como caído del cielo,
su nido en mis manos edifica,
pero las mazas y los aros
ruedan por los suelos una y otra vez.
De pronto,
la incorregible blasfemia
aferrada de nuevo al equilibrio
monocíclico de la rima.
Pero todo vuelve a su cauce
los jueves por la mañana.

Hace tiempo ya
que la doma de leones y otras fieras
me parece simple y aburrida,
y la función del domingo
ya no me divierte como antaño.
No es, pues, casualidad
que tenga función los miércoles por la tarde
y haya elegido ser malaversista.

Jose A. Barros

viernes, 8 de julio de 2016

Para ensayar mi muerte...


Para ensayar mi muerte
me puse a llorar,
me vestí de negro
y saqué mi duelo a pasear por la ciudad.
Algunos lo miraban
con exagerada indiferencia,
otros ,mostraron mínima curiosidad
como quien mira al inquilino nuevo
del bloque de al lado.
Un niño preguntó si estaba de paso,
y con un tono grave de voz quebrada
casi gritando, le contestó que no,
que vino a quedarse para siempre.
El niño comenzó a llorar asustado.

Para ensayar mi muerte,
el día comenzó a caer
tras la línea del horizonte.
Me fui con mi duelo al parque
y allí hablamos de cosas triviales.

Por ensayar mi muerte,
son las tres de la madrugada
y duerme plácidamente en el piso de arriba.
Yo no concilio el sueño,
no me atrevo a echarle
y temo que se quede para siempre.

  Jose A. Barros

martes, 5 de abril de 2016

Me subí a los tejados...

Me subí a los tejados
y todos los transeúntes 
se movían como ratones despistados,
ignorando las miradas felinas
que se precipitan sobre ellos cada noche
y esperan, de azotea en azotea,
un bocado nutritivo emocional.

Ericé el pelo del lomo
como un gato amenazador
de garras afiladas y agresivos dientes,
tratando de intimidar, con la voz,
a otros felinos territoriales.
Pequeña bestia diseñada para crímenes de altura.

Comencé a ronronear
sobre las últimas tejas.
Mantuve la quietud 
con la infinita paciencia del hambre
y me abalancé sobre las aceras,
pero olvidé que los gatos 
no han aprendido a volar.

Jose A. Barros