martes, 5 de abril de 2016

Me subí a los tejados...

Me subí a los tejados
y todos los transeúntes 
se movían como ratones despistados,
ignorando las miradas felinas
que se precipitan sobre ellos cada noche
y esperan, de azotea en azotea,
un bocado nutritivo emocional.

Ericé el pelo del lomo
como un gato amenazador
de garras afiladas y agresivos dientes,
tratando de intimidar, con la voz,
a otros felinos territoriales.
Pequeña bestia diseñada para crímenes de altura.

Comencé a ronronear
sobre las últimas tejas.
Mantuve la quietud 
con la infinita paciencia del hambre
y me abalancé sobre las aceras,
pero olvidé que los gatos 
no han aprendido a volar.

Jose A. Barros