Me subí a los tejados
y todos los transeúntes
se movían como ratones despistados,
ignorando las miradas felinas
que se precipitan sobre ellos cada noche
y esperan, de azotea en azotea,
un bocado nutritivo emocional.
Ericé el pelo del lomo
como un gato amenazador
de garras afiladas y agresivos dientes,
tratando de intimidar, con la voz,
a otros felinos territoriales.
Pequeña bestia diseñada para crímenes de altura.
Comencé a ronronear
sobre las últimas tejas.
Mantuve la quietud
con la infinita paciencia del hambre
y me abalancé sobre las aceras,
pero olvidé que los gatos
no han aprendido a volar.
Jose A. Barros
La casa del rio susurrante 3 FINAL
Hace 1 día